plantearte a que precio te vendes.




El sábado en un bar perdido de Lavapiés, con alguna que otra copa de más, hablando de una famosilla, conocida por una relación con un futbolista y por algún que otro posado en Interviú, alguien me preguntó si yo estaría dispuesta a posar desnuda por dinero. Mi respuesta fue rotunda y clara: no. Tras exponerle mis razones, me dijo que si esa era la vía para salvar la situación económica de mi entorno, él no lo duraría ni un momento. Tras intentar convencerme aumentando más y más la cifra, volví a pensar en su respuesta y me volví a reafirmar sobre mi negación y en mi teoría sobre que hay cosas que no significan lo mismo para un chico que para una chica, aunque nos intenten engañar con eso de la igualdad.


Creo, que jamás elegiría esa vía como primera opción por varias razones: la primera es que la vía fácil suele traer también fáciles complicaciones y la segunda, porque antes de elegir esa opción hubiera probado el resto de alternativas, quizás porque me han educado en que “nadie da duros a pesetas” y en que “nadie te regala nada, todo se consigue a base de esfuerzo y dedicación” y si posar desnuda da tanto dinero será porque implica mucho más que unas simples fotografías.

Aunque me parece respetable esa opción, no puedo compartir esa elección, porque desnudarse, ya sea en sentido figurado como lo hacen los famosos en el teatro de los platós o en sentido estricto, significa quedarte a la merced de otro y valoro tanto mi “corazón“ como mi cuerpo, como para no dejarlo a la intemperie para que sea manipulado por quienes no deben. Ya de vez en cuando me lo juego por quien creo que merece la pena, y más de una vez he salido escaldada.

Quizás sea porque cuidar mi cuerpo y mi alma me cuesta tanto o más como darlos. Será porque no me vendo a cualquier precio. ¿Y tú a qué precio te vendes? ¿Cuánto vales?

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